Corpus Christi

"Yo soy el Pan de Vida”; el que cree en Cristo, Pan de Vida, debe expresar su fe en un gesto concreto. Por eso participa en el banquete del Señor; confiado en la palabra de Cristo, recibe como cuerpo suyo lo que todavía no parece más que pan y vino. El pan que baja del cielo no es alguna cosa, sino alguien, y ese es Cristo. Jesús es el pan vivo, osea activo; el pan no actúa, Cristo, por el contrario, actúa y al comerlo, es Él quien nos transforma, quien nos hace cosa suya: Quien me come a Mí, tendrá de mí la vida. Comer la carne de Cristo; esto choca a muchas personas. El mismo Evangelio nos da a entender que la promesa de Jesús fue escuchada con asombro. ¿Por qué comer la carne de Cristo?. Porque, por naturaleza, somos carne y sangre, y no ángeles. El que no cree, se queda mirando de afuera, y de nada le aprovecha la bajada de Dios a nosotros. En cambio, si creemos nos da vida, y también nos resucitará el último día.
El don de Dios, ya sea su Palabra o el Cuerpo de Cristo, es una semilla muy pequeña que se pierde en muchos casos y que no da frutos, sino en los que perseveran. Jesús se hace nuestro Pan cuando comemos su carne en el Sacramento de la Eucaristía, la Eucaristía, esto es, la celebración de la misa o cena del Señor, es la expresión más fuerte de nuestro compromiso con Cristo.
Ese pan verdadero nos comunica la vida eterna, pero, para recibirlos, se necesita dar un paso, o sea, creer en Cristo a raíz de un compromiso personal. Debemos interiorizar lo que significa la resurrección de Cristo y comprender que, si Cristo ha resucitado, el mundo nuestro ha sido renovado. El hijo de Dios ha subido, vestido de nuestra humanidad, ha subido al lugar donde estaba antes, vestido de su carne transfigurada por el Espíritu. El hijo del hombre entró a la Gloria de su Padre, llevando en sus hombros la creación entera que quería renovar y consagrar, así cuando habla de compartir el Pan de la Eucaristía, nos entrega el medio para entrar a la vida y recibir el Espíritu.